La casa de Trotski en Coyoacán es un monumento extraño, que impone respeto.
Toda propaganda es engañosa, por definición. La propaganda política como la que se hace para vender pasta de dientes.
En los actos públicos en que intervienen representantes del Estado hay un protocolo más o menos aparatoso para significar que son otra cosa, distinta de cualquier reunión de particulares.
En su “Libro de todas las cosas y otras muchas más”, Quevedo ofrecía “secretos espantosos y formidables” para obrar maravillas.
Otra vez la semana pasada, en su excursión a Bolivia, el presidente Fox consideró que era oportuno recordarnos que no se siente político, sino empresario. Lo dijo como cosa divertida, riéndose de antemano de las críticas de la prensa.