Es probable que haya una lógica en las inconsistencias del presidente, en el ir y venir de declaraciones contradictorias.
La iglesia católica mexicana, como casi todas, tiene dos varas de medir. Una la usa para sí misma, para sus reglas, su organización y su jerarquía; la otra es para el resto del mundo.
La iglesia católica está metida en la campaña electoral con una beligerancia poco frecuente. Con la ambigüedad y la hipocresía de siempre, pero en un nuevo tono, mucho más desenvuelto, incluso amenazador.
Una política civilizada con frecuencia es también impopular. Casi diría que tiene que ser impopular. Porque sobre todo se dedica a poner límites; no sólo a la violencia, también al entusiasmo y a la buena voluntad.
A partir de lo que se lee en la prensa en estos días, cualquiera diría que estamos en medio de la Guerra de Treinta Años. Nadie se ha privado de denunciar la intolerancia religiosa con un dramatismo imponente.
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Contra lo que era su costumbre, los curas han empezado a hacer política en serio, quiero decir: en público, remangados y sin hacer melindres. Debe ser que ven la cosa muy mal o, al revés,
(Apareció en Estudios Sociológicos, El Colegio de México, Vol. XXIII, núm. 67, enero-abril 2005) Texto Es un lugar común decir que el siglo veinte ha sido, en Occidente, secular y científico: que a la religión le han quedado sólo espacios marginales, de […]